[17-04-25] Por Joan Carles Nicuesa Vilardell, Delegado de Cáritas Diocesana de Lleida / Ilustración: Amadeu Bonet

 

El Jueves Santo es el día del Amor Fraterno, día de la Fraternidad, del amor sin límites, una virtud muy superior a la solidaridad puntual.

Siguiendo los pasos de Jesús, debemos concebir la Iglesia como una fraternidad que vive del y para el amor de Dios. No podemos imaginarla solo como una asociación solidaria para la defensa de la cultura cristiana, ni para la promoción de los valores humanos, aunque estos sean de inspiración evangélica. Por eso, más que discursos solidarios que vacíen nuestros bolsillos a favor de los pobres, necesitamos cultivar sentimientos de fraternidad desde abajo, como Jesús, que “se hizo pobre” (2Co 8,9), y “se anonadó a sí mismo: tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres. Y se mostró como un hombre cualquiera” (Flp 2,7).

El objetivo último de Cáritas es la desaparición de cualquier signo de pobreza en todos los sentidos, trabajando desde la perspectiva más evangélica. Jesús no solo dio pan, se dio a sí mismo como pan. Si no compartimos los mismos sentimientos de Cristo Jesús, será difícil sentir al hermano como carne propia. Solo habrá una solidaridad indolente, ideología disfrazada de cristianismo.

En la celebración de la Cena del Señor, debemos sentir como propio el latido del corazón del hermano. No podemos permitir que nos invada el alma la sensación de que todos los reunidos en la tarde del Jueves Santo en torno a una misma mesa somos algo más que vecinos devotos y aficionados a unas prácticas piadosas comunes.

Hoy podemos sentirnos gozosos de que Dios nos haya dado una familia, una comunidad, para amar con la misma ternura y dedicación con que ama Jesús. Todo lo demás son asuntos secundarios. Ya lo dijo san Pablo: “Aunque repartiera todos mis bienes entre los pobres, incluso si me entregara a mí mismo como esclavo y obtuviera así un motivo de gloria, pero no amara, de nada me serviría” (1Co 13, 3).

Muchas veces los cristianos caemos en la tentación de disociar el culto y la justicia, olvidando que, donde no hay justicia y amor, no hay culto a Dios. Más aún. Donde no hay justicia, el intento de ofrecer culto a Dios se convierte en una burla al que es Padre-Madre de todos los hombres y mujeres.

¿Qué significa una asamblea reunida para celebrar la Cena del Señor si allí no se está trabajando para erradicar las divisiones y distancias hirientes entre poderosos y débiles, entre ricos y pobres?

¿Cómo puede tomarse en serio el Sacramento del amor una comunidad que no se toma en serio la opresión y la injusticia que crucifica a los hombres?

¿Cómo se puede celebrar la eucaristía semanal manteniendo la división, los abusos, los engaños y la explotación entre cristianos que se acercan a compartir el mismo pan?

¿Qué sentido puede tener esforzarnos por la renovación litúrgica de nuestras celebraciones, si no va acompañada de una lucha por renovar y humanizar esta sociedad injusta?

¿Hasta qué punto sentimos la presencia de Jesús en medio de nuestra comunidad?

Feliz Jueves Santo y Día del Amor Fraterno.