Ya me perdonaréis, pero quisiera empezar este artículo haciendo memoria de mi infancia, recordando la “padrina” Montserrat de Castelldans cuando se enfadaba conmigo por alguna "trastada" de las mías y levantando la voz me hacia un reproche que me dejaba helado: "Jordi, huye de mi vista, que eres más malo que la peste bubónica".

Aquel reproche de mi abuela, suscitaba en mí el interrogante de qué era aquello de la peste bubónica con la que me comparaba. Lo que sí tenía claro es que se trataba de algo muy malo y que la comparación con mi fechoría, era por supuesto una exageración de la abuela a la que un día me atreví a preguntarle qué era la peste bubónica: " no lo quieras saber. Quién lo cogía, ya no salía y murió mucha gente...".

En su humilde lección de historia, mi abuela intentó explicarme que nuestro mundo ha sufrido repetidos episodios de crisis humanitarias provocadas por sequías, pestes negras o bubónicas y epidemias como la última pandemia de la gripe de 1918, que podría asimilarse al coronavirus de este marzo de 2020. Quién me lo iba a decir a mí que lo que me había descrito la abuela Montserrat y que parecía una historia trágica de un pasado que no volvería, debería vivirla y sufrirla de cerca!

Estos días de confinamiento en casa, pendiente como casi todos de los medios de comunicación, vi por televisión las impresionantes imágenes del Papa caminando solo por una calle desierta de Roma, bajo la atenta mirada de los servicios de seguridad. Francisco con la cabeza baja y llevando en la mano unas flores, es dirigía hacia dos iglesias Romanas, la de Santa María la Mayor, para orar ante el icono bizantino de la Virgen "Salus Populi Romani", la patrona de Roma y en la iglesia de San Marcello al Corso, para hacer lo mismo a los pies del Cristo de la Peste, nombre que recibe desde el 1552 cuando según la tradición libró la ciudad de la epidemia que asolaba Italia.

El valiente gesto del Papa, me ha hecho venir a la memoria que también Lleida tiene su "Cristo de la Peste", coetáneo casi con el de Roma y en la actualidad desgraciadamente escondido y olvidado por los leridanos. Hay que retroceder en el tiempo hasta el siglo XVI, cuando en la pequeña plaza donde confluyen las actuales calles del Carmen y Magdalena había unos porches que se llamaban “d’en Massot”, donde en el año 1589 los vecinos colocaron una capillita de madera para acoger una imagen, réplica del Santo crucificado de la antigua iglesia de la Magdalena, actualmente venerado en la próxima parroquia del Carmen, en agradecimiento ya que después de haberlo sacado en procesión por las calles del barrio éste había quedado libre de la epidemia de peste que sufría entonces la ciudad. Los vecinos que se habían encomendado, lo bautizaron con el nombre de "Cristo de la Peste" y tenían costumbre de iluminarlo día y noche con velas y hacer fiesta en su honor cada cuarto domingo de octubre .

Durante la Guerra Civil la capillita de madera y el Cristo fueron destrozados y el antiguo edificio sufrió daños irreparables. En el año 1942 justo al comienzo de la posguerra, se levantó un nuevo inmueble sin los porches, el actual n. 25 de la calle del Carmen, y su promotor creyó oportuno recuperar la capilla para colocar allí, de nuevo en su fachada el desaparecido Cristo de la Peste. Para ello encargó al escultor Ramon Aguiló (Bellpuig 1905 - Lleida 1981) un cristo Crucificado que el artista esculpió en piedra artificial y que lució a la altura del primer piso durante 73 años hasta diciembre del año 2015, cuando unas inoportunas e innecesarias mamparas colocadas por los responsables de Dentix, el nuevo establecimiento que a partir de entonces ocupa los bajos del inmueble, lo hicieron escurridizo a los ojos de los leridanos y transeúntes.

El Cristo, que había resistido impertérrito durante 431 años en revoluciones, cambios de regímenes políticos y guerras, salvo el paréntesis de la Guerra Civil, sucumbió finalmente a la incomprensible y vergonzante actuación que hace cinco años la borró sin impedimento de la geografía urbana y de nuestro patrimonio cultural y religioso, dejando de ser a la vez punto de referencia de un pasaje de nuestra historia que había que preservar. Curiosamente la pandemia que estamos sufriendo, similar a la que sufrieron los leridanos en 1589, me la ha hecho recordar y he pensado que sería oportuno hacer memoria de este Cristo de la Peste de Lleida con tantas semejanzas con el de Roma, donde el papa Francisco sí ha podido ir a depositar unas flores y a rezar, a diferencia de Lleida donde no podemos ni verlo por qué nos lo han tapado. Con la que nos está cayendo, tal vez estaría bien que por dignidad tuvieran el detalle de destaparlo retirando la mampara y dejarlo como estaba, rescatándolo así del confinamiento y de la invisibilidad a la que ha sido injustamente condenado.

Sería un gesto apropiado, ¿verdad?

Jordi Curcó.