Tipus
Cerca de vosotros (Obispo Salvador)
Autoria
Producció
Fecha publicación: 
Dom, 07/09/2023
Estimados diocesanos:
 
 
En estas semanas de verano parece un sarcasmo hablar de los cuerpos más frágiles que habitan y nos acompañan diariamente. El verano es propicio para comentar situaciones placientes de playas y montañas: es tiempo de contemplar en revistas y diarios cuerpos modelados por dietas y ungüentos; abundan los reportajes que aconsejan mil maneras de descansar para olvidar la realidad ordinaria de nuestra familia o de la en torno a amigos y conocidos; la ropa de última moda o los perfumes caros son moneda corriente para mucha gente con ansia de aparecer ante los otros con una forma corporalmente perfecta... Podríamos continuar hasta el infinito con ejemplos que todos guardáis a la retina, o quizás aspiráis a conseguir también una brizna de este mundo aparentemente perfecto.
 
 
Ante las constataciones anteriores, parece una disonancia hablar de fragilidad y ausencia de belleza, pero lo hacemos porque todos aceptamos y sabemos que el cuerpo es una parte del todo, de la persona, y que la dimensión emocional y espiritual es un componente indispensable para su definición. Una parte es la visible y la otra se intuye después de una impresión por las respuestas del sujeto o por un informe técnico. Por eso no se puede limitar la definición de la persona al aspecto externo, puesto que es una unidad psicosomática que vive y crea, que comprende y trabaja, que aprecio y llora, que se cierra en sí misma o se abre a las relaciones con los otros para participar de sus alegrías y de sus dificultades. Es una realidad compleja digna de ser estudiada, como lo han hecho los mil saberes que hemos manejado para situarla en sus límites precisos. Pero hay una certeza, que no admite ninguna discusión: todo ser humano tiene la misma dignidad en la consideración y el trato, y no hay diferencias entre unos seres humanos y otros  por razón de su origen, etnia, condición social o cultural. Los cristianos decimos que, al haber sido creados a imagen y parecido de Dios, no existe una precedencia o jerarquía social que exalte un grupo o lo denigre hasta la aniquilación. Todos somos iguales ante el Creador y merecemos el mismo respeto.
 
 
Todo esto lo digo después de comprobar, un año más, la atención cariñosa que reciben los enfermos que peregrinan a Lourdes para implorar a la Virgen María, a la gruta, una rápida recuperación de sus enfermedades o una cristiana aceptación de su situación de enfermos. Sus cuerpos, con muchos años y marcas en los rostros, no son agradables de ver. Sin embargo, son estimados y tratados como hermanos. Es admirable la cantidad de voluntarios que se desviven para ayudarlos en todo momento. Hemos coincidido, como en años anteriores, con peregrinos enfermos y voluntarios otras diócesis y todos actúan del mismo modo. Incluso podemos decir que es una gran lección de humanidad para los grupos de jóvenes con ganas de hacer una experiencia nueva. Este viaje juvenil los suscita mil preguntas y muy seguro que los cambia el coro. La costumbre de admirar cuerpos esbeltos en papel o en apoyos audiovisuales los cae en los pies al contemplar la maravilla del trato y el afecto a cuerpos deformas, con llagas o con dificultades para moverse o hablar.
 
 
No querría ser reiterativo al describir nuevamente esta situación. Sabéis que los cristianos, que conocemos la preferencia de Jesucristo por los enfermos, pobres y excluidos, estamos obligados a no hacer ningún tipo de distinción entre hermanos. Hemos recibido el amor de Dios que nos impulsa a estimar los otros de manera permanente. La Iglesia nos propone varias jornadas de oración y acción: en septiembre, con los refugiados y emigrantes; y después, la jornada de los pobres, la campaña de Manos Unidas contra el hambre, la jornada del enfermo con motivo de la fiesta de la Virgen María de Lourdes, el domingo del enfermo del tiempo de Pascua, las campañas contra el cáncer, contra la lepra, a favor de los niños abandonados, campañas puntuales a causa de calamidades naturales…
Agradecemos las muchas personas que tienen el coraje de cuidar y curar los otros.
 
 
Con mi bendición y afecto.
 
+Salvador Giménez, obispo de Lleida.
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