La hermana Esther Díaz coincidiendo con la festividad del Padre Francesc Palau continúa con la alabanza a la vida del beato de Aitona que empezó el año pasado.
 
 
Os dejamos con el texto:

 

 

Ampliar estudios en Lleida me vino muy bien para ensanchar, por dentro, mis capacidades y dar pábulo a mis sueños. Sueños que anidan en el corazón de todos. ¿Verdad?. Por fin, conseguí iniciar estudios en el seminario. El estilo del colectivo resultaba más bien sombrío y rígido. Pero como yo lo había elegido, con tanto convencimiento, todo me parecía normal. Nos ayudaba la atmósfera de sobria espiritualidad que allí respirábamos. La buena voluntad y empeño que demostraban los superiores, también. Cierto. Pues priorizaban nuestra formación.

 

Me encontré bien los primeros cursos. Silencio, convivencia con jóvenes y profesores, estudio, espacios de oración, atención a la vida interior configuraban un clima favorecedor. El cual nutría mi crecimiento espiritual. En la medida que el tiempo transcurría, descendía ese nivel de bienestar. En el contexto percibía despliegue de factores en disonancia con mis sueños. Como si en la formación primara el quehacer sobre el ser. Y en el quehacer parecía abundar la norma. Descubría escaso espacio para la creatividad, para el don, para el misterio. Tal comprobación me desazonaba. ¿Qué hacer? -me preguntaba con insistencia-.

 

Y es que en el seminario yo estaba diseñando el rumbo que deseaba imprimir a mi existencia. Y no podía resignarme a que fuera como otros lo perfilaran. Era yo quien tenía que asentir a ese esbozo. E involucrarme. ¡Evidente!. Sin embargo, eso no ocurría. Se imponía, por tanto, la reflexión honda y prolongada,  sobre un asunto de tanto interés para mí.

 

Sí, sí con la formación se me habían despertado ideales superiores a los que el mismo seminario podía satisfacer.

 

Al cabo de cuatro años de permanencia allí, me di cuenta de que ya no me interesaba tanto el sacerdocio. Ahora deseaba, de veras, ser religioso. En concreto, carmelita. ¡Nuevo planteamiento y determinación!.

 

¿Que a qué se debió este cambio?. A la influencia que en mí ejercieron los padres carmelitas, censores, en el seminario, a final de cada curso. Como otros, ellos formaban parte del tribunal de exámenes. Yo, los observaba. Hasta les pregunté algo sobre su vida. Poco, porque la timidez -en aquella etapa de mi recorrido- constituía factor relevante de mi condición. Incrementé, tanto la reflexión como la oración. La información, también. En mis escasas salidas del seminario visité algún convento. Sus celebraciones, más bien. Así barruntaba, in situ, algo, de su forma de vivir. Continué buscando. Incansable. Ya hacía años que la búsqueda se había tornado primordial estímulo para mi caminar. Y en semejante situación resultaba urgente. ¡Me jugaba el porvenir!.

 

Poco a poco se me fue desvelando la riqueza, profundidad e impulso que incluía la vida religiosa. En síntesis, su alto contenido evangélico. Por fin, acudí a una acreditada novena, celebrada en honor del gran profeta Elías. Quedé hechizado por su figura. Vigorosa por endiosada.Tenía lugar en los carmelitas descalzos. Continué visitándolos. En mi reflexión valoraba pros y contras. Así me afiancé en mi convencimiento: lo mío era la vida religiosa. Y en concreto el carmelo de Teresa. Broche de oro a la prolongada búsqueda, lo formalizó la lectura de su obra. La de Juan de la Cruz, también. De ellas me fascinó todo: su personalidad, experiencia espiritual, hondura de pensamiento. Y no menos su  empresa fundacional: formidable servicio a la Iglesia. También su forma de vivir: clima de soledad poblada por el grupo de hermanos.

 

 

Pronto tropecé con la contrariedad de parientes y amigos. -¡No la esperaba!-. Unos y otros se propusieron un objetivo común: hacerme ver lo equivocado de mi nueva decisión. Es que ser sacerdote -entonces- era una auténtica promoción personal y familiar. Sí, sí. Las dos cosas, al mismo tiempo. El sacerdocio estaba bien visto por el entorno social. -No, como ahora-. Además, el candidato podía aspirar a diversos privilegios.

 

Los religiosos, en cambio, vivían con mucha sencillez y hasta pobreza. Alejados de toda consideración y prestigio. Por ello, tanto su objetivo como su estilo de vida los encontraba más en consonancia con mi proyecto personal. Lo mío consistía en vivir con la mayor autenticidad posible la comunión con Dios, con los demás, con el  entorno, y a descubrir nuevas dimensiones en mi propio ser. Así, estaba convencido de que serviría  más y mejor -Objetivo destacado para mí-.

 

Como digo, mi familia y amigos montaron una enorme algarada. Lo cual, también tuvo su lado positivo. Efectivamente. Reflexioné de veras. Cierto, consiguieron hacerme sentir ingrato: como si no respondiera a lo que de mí esperaban. Escuché mucho, hablé menos, esperé y esperé. Demasiado, ya que hacía tiempo había tomado la irrevocable determinación. Más decidido que nunca se lo comuniqué a todos: Me voy al carmelo de Teresa. La de Ávila, ¡Claro!.

 

Ester Díaz, S. c.m.

La presente reflexión continúa la del pasado año.