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Cerca de vosotros (Obispo Salvador)
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Fecha publicación: 
Jue, 03/29/2018

En el domingo de Pascua celebramos el acontecimiento de la resurrección de Jesús. Al final de su vida, pasión y muerte, nos alegramos del cumplimiento de su promesa de que resucitaría al tercer día (Jn 2,21-22), concluyendo su glorificación con la Ascensión al cabo de cuarenta días.

Los cristianos han actualizado cada año la historia de la Redención de Jesucristo con profundos sentimientos de consternación ante la muerte del Calvario y con elevados niveles de alegría en la Pascua, que derivan en manifestaciones coloristas de piedad popular pero que encierran y mantienen los fundamentos de nuestra fe. Tenemos que dar razón de nuestra esperanza, nos conminaba el Apóstol, con la exigencia de una vida plenamente auténtica para quienes nos mueve seguir y aprender de Jesucristo.

El Señor nos regala, con su Pascua, una nueva vida. No sólo es una frase sugerente y atractiva, contiene todos los elementos que configuran nuestra existencia cristiana. Son dos los niveles de atención: la llamada a la vida eterna, tras nuestra muerte, y el compromiso con la vida terrestre junto a nuestros hermanos. Nuestra vida, que empieza con el bautismo, debe fundamentarse en los parámetros que nos recuerdan la palabra y los hechos de Jesús. Afirmamos poseer una nueva vida y trabajamos para que sea una realidad constante y exigente en todos los órdenes y en cualquier circunstancia. Y ésta es la aportación que me gustaría ofrecer si alguien me pidiera concreciones sobre la vida cristiana que empieza con la Pascua.

Bastaría recurrir a algunas frases de los escritos apostólicos, que entrelazan la vida personal con la comunitaria, y que se basan en aquella contundente afirmación de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11,25) y que motiva aquella otra de que en vuestra vida diaria «os conocerán como discípulos míos si os amáis unos a otros» (13,35). Estoy convencido de la sinceridad de muchos que manifiestan emoción al leer o escuchar aquel texto sobre las características del amor que escribía san Pablo en la carta a los cristianos de Corinto: «El amor es paciente, es benigno, no tiene envidia…» (13,4). Seguramente la realidad del amor lo engloba todo. Pero podemos añadir todavía unos matices que apoyan esta actitud vital. «Acogeos mutuamente, como Cristo os acogió» (Rm 15,7). «Así pues, procuremos lo que favorece la paz» (Rm 14,19). Nos recordaba también san Pablo que nos comportáramos como niños en lo que toca a la maldad, pero en lo que toca a los pensamientos, fuéramos adultos, actuáramos con la misma libertad y responsabilidad que Jesús.

En otro momento, decía el mismo apóstol que procediéramos «con honestidad, ciencia, paciencia y amabilidad, con palabras verdaderas y con las armas de la justicia» (cfr. 2Cor 6,6-7). Les decía, también a los Gálatas, que «los frutos del Espí- ritu son el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la afabilidad, la bondad, la lealtad, la modestia y el dominio de sí» (cfr. Gal 5,22 y ss.). Y en la carta a los Efesios les insistía: «Así pues, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios» (2,19).

Es muy gratificante para mí anunciaros con estos datos, y hay muchos más, la nueva vida que nos trae Jesucristo en este domingo. A diario, le pido ser capaz de hacer realidad lo que Él me dice y tener sus mismos sentimientos. También, tener la valentía de decirlo a todos, a los creyentes y a quienes no termináis de aceptar su estilo de vida.

† Salvador Giménez Valls Obispo de Lleida