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Cerca de vosotros (Obispo Salvador)
Autoria
Producció
Fecha publicación: 
Jue, 12/24/2020

Queridos diocesanos:

 

En la Jornada de la Familia que anualmente celebramos en este tiempo de la Navidad ponemos los cristianos la mirada en la Sagrada Familia, la formada por Jesús, María y José; la tenemos como modelo de actuación para nuestras propias familias en el amor, en el respeto a la dignidad de los otros, en la gratuidad del servicio y ayuda, en el valor de la vida y de la educación de los miembros de la misma. Sobre todo en la cálida intimidad con el Padre Dios.

 

La Iglesia ha valorado mucho la institución familiar como un regalo de Dios a la humanidad y como la primera sociedad natural, titular de derechos propios y originarios y la sitúa en el centro de la vida social. Decía el Concilio Vaticano II que la familia es la célula primera y vital de la sociedad; es una institución divina, fundamento de la vida de las personas y prototipo de toda organización social.

 

A nuestro nivel diocesano nunca nos cansaremos de valorar la familia y de agradecer todo el servicio que presta a la actividad evangelizadora de la Iglesia y a la cohesión social. Esto mismo unido a la percepción tan positiva de todos, incluso de los miembros más jóvenes, nos anima a insistir en reconocer la importancia fundamental que tiene para nuestra sociedad; la de ahora y la del futuro, tanto en las crisis económicas y sociales como en los momentos de bonanza y expansión.

 

En esta Jornada cada año se resalta un aspecto de la institución familiar. En 2020 se ha centrado la atención en los abuelos de las familias y se le ha dado un título que no tiene nada de exagerado, Los ancianos, tesoro de la Iglesia y de la sociedad.

 

Me conmueve cuando un personaje famoso del deporte o de la canción, con tanto arrastre popular, cuenta su historia personal y recuerda alguna anécdota relacionada con sus abuelos a los que ensalza o admira; algunos de ellos lo hacen con lágrimas que expresan ternura y gratitud. Porque nuestros abuelos forman parte sustancial del crecimiento y del amor que hemos recibido. Les debemos mucho no sólo por los obsequios materiales sino sobre todo, por sus palabras, llenas de sabiduría; por sus gestos, llenos de cariño; por sus deseos, repletos de esperanza, honestidad y ansias de ver cumplidas nuestras expectativas personales y profesionales.

 

Reconocemoscon agrado la actitud de los abuelos. Forman parte indiscutible de la familia más íntima y cercana. Aunque no vivamos bajo un mismo techo, de ningún modo desaparece el vínculo. Nos agrada visitarles en sus domicilios, que nos inviten a comer, que nos acompañen al colegio, que nos reserven un pequeño ámbito dentro de su espacio vital. Y ellos disfrutan de nuestra compañía, de nuestras ocurrencias, de los éxitos escolares; también lamentan nuestros fracasos y miedos, nuestras dificultades y nerviosismos. Todo contribuye al crecimiento y a la colaboración mutua.

 

A los muchos deberes que imponemos a los abuelos, me atrevo a pedirles uno más: que no olviden su dimensión religiosa y que ayuden a sus nietos a rezar, a vivir con autenticidad cristiana los sacramentos de la iniciación, a acercarles a Jesucristo, el Señor de todos.

 

Termino con unas sugerentes frases de la Palabra de Dios: “Álzate ante las canas y honra al anciano” (Levítico) ¡Qué bien sienta a los ancianos la sabiduría, y a los ilustres la reflexión y el consejo”. “Hijo, cuida a tu padre en su vejez y durante su vida no le causes tristeza” (Eclesiástico).

 

Con mi bendición y afecto.          

                              

+Salvador Giménez, obispo de Lleida.