El padre Àngel Escales capellán del hospital Arnau de Vilanova de Lleida durante más de veinte años nos envía esta reflexión con motivo de la Pascua del enfermo la Iglesia en España en este sexto domingo de Pascua, celebra la Pascua del Enfermo. Una
jornada instituida por el Papa San Juan Pablo Segundo hace treinta años. El lema que el Papa nos propone es “Acompañar al enfermo en el sufrimiento”, en su mensaje, recuerda con agradecimiento que en este tiempo se ha avanzado bastante en esta atención a quienes sufren, pero, puntualiza, “aún queda mucho camino por recurrir para garantizar a todas las personas enfermas, principalmente en los lugares y en las situaciones de mayor pobreza y exclusión, la atención sanitaria que necesitan".
 
"La enfermedad vista con los ojos de la fe es una oportunidad para acercarnos a Dios que abraza nuestra fragilidad humana y no permanece indiferente frente a nuestro dolor". Dios no abandona a los enfermos, Dios sale al encuentro de los que sufren, precisamente con más fuerza, en medio de las tribulaciones de la vida. Y prueba de ello son los numerosos episodios que relatan los Evangelios, en los que "Jesús lucha contra la enfermedad y cura al hombre de todo mal". Permítanme unas breves reflexiones. Muchas son las experiencias vividas en el trato con enfermos y familiares y profesionales durante más de veinte años de cura del Hospital Arnau. La enfermedad es una de las experiencias más duras del ser humano. No sólo sufre el enfermo que siente su vida amenazada y sufre sin saber por qué, sufre también la familia, los seres queridos y quienes la atienden.
 
¿Qué hacer cuando ya la ciencia no puede detener lo inevitable? ¿Cómo afrontar de forma humana el deterioro? ¿Cómo estar junto al familiar o amigo gravemente enfermo? A quien sufre no se le puede ayudar de lejos. Hay que estar cerca. Sin prisas, con discreción y respeto total. Ayudarle a luchar contra el dolor. Darle fuerzas para que colabore con quienes intentan curarle. Esto exige acompañarle en las diversas etapas de la enfermedad y en los diferentes estados de ánimo. Ofrecerle lo que necesita en cada momento. No incomodarnos frente a su irritabilidad. Tener paciencia. Permanecer a su lado. Es importante escucharle. Que el enfermo pueda explicar y compartir lo que lleva dentro: las esperanzas frustradas, sus quejas y miedos, su angustia frente al futuro.
Es un respiro para el enfermo poder desahogarse con alguien de confianza. No siempre es fácil escuchar. Requiere ponerse en el sitio de lo que sufre, y estar atentos a lo que nos dice con las palabras y, sobre todo, con los silencios, los gestos y las miradas. La verdadera escucha exige acoger y comprender las reacciones del enfermo. La incomprensión hiere profundamente a quien está sufriendo y se queja.
 
De nada sirven los consejos, razones o explicaciones teóricas. Sólo la comprensión de quien acompaña con cariño y respeto puede aliviarle. La persona puede adoptar ante la enfermedad actitudes sanas y positivas, o puede dejarse destruir por sentimientos estériles y negativos. Muchas veces el enfermo necesita ayuda para confiar y colaborar con quienes le atienden. El enfermo también puede necesitar reconciliarse consigo mismo, curar heridas del pasado, dar un sentido más profundo a su sufrimiento, purificar su relación con Dios. El creyente puede ayudarle a orar, a vivir con paz interior, a creer en el amor y perdón de Dios y confiar en su amor salvador. Los evangelios nos dice que la gente traía a los enfermos a Jesús. Él sabía acogerlos con cariño, despertaba su confianza en Dios, perdonaba los pecados, aliviaba sus dolores y muchas veces curaba su enfermedad. La forma de actuar de Jesús siempre será para los cristianos el ejemplo a seguir en el trato a los enfermos.
 
Permítanme desde mi experiencia un consejo práctico. Nos encontramos muchas veces con familiares que tienen miedo de ayudar espiritualmente a los enfermos, temen que se enteren de su gravedad. Pienso que el enfermo es el primero que se da cuenta de su gravedad por mucho que les queramos esconder o por mucho que le digamos que está bien, que hace buena cara… y en estas circunstancias el enfermo tiene necesidad de que le acompañemos espiritualmente, que reavivamos aquella fe y esperanza de salvación, de felicidad que todos llevamos en el corazón. La fe, la confianza en Dios puede aliviarle y darle sentido a su enfermedad. La experiencia nos demuestra que la oración de la Unción de los enfermos es de gran consuelo para el enfermo y los familiares. Yo le diría que es el mejor regalo que les podemos hacer. Que la alegría de Cristo resucitado llegue a todos nuestros enfermos.