Este artículo es una colaboración que pidió el diario El Periódico al obispo de Lleida, Mons. Daniel Palau Valero, y que también ha recogido la prensa de Lleida.

 

Pocos días antes de la fiesta de la Asunción nos llega la noticia del fallecimiento de un temporero. Nadie sabe ni cuándo, ni cómo, ni dónde le ha de venir a encontrar la muerte, creedme. Pero tened también la certeza de que la referencia que hice durante los primeros días de mi llegada a la diócesis de Lleida en favor del cuidado que toda vida humana merece, la mantengo. No es un grito de guerra —¡por favor!—, sino el eco del clamor de aquellos que no tienen voz. No caigamos, sin embargo, en el bipartidismo fácil, temporeros o empresarios. Del Evangelio no se desprende nada más que un fuerte deseo de justicia, de paz, de Dios. Jesucristo nos acompaña misteriosamente a todos, para que podamos aprender la gran lección de la vida: ser felices. Y lo seremos si cultivamos la felicidad de los demás. Esto solo puede darse desde el Amor que es, al mismo tiempo, dar y recibir. No quiero hablar desde el púlpito, sencillamente comparto una reflexión.

Todos somos personas, temporeros y campesinos; trabajadores y empresarios, vengamos de donde vengamos. Pero es que esto no va de procedencias, esto va de no permitir que nunca avance la deshumanización en ningún ámbito de nuestra vida. El Evangelio, que es la hoja de ruta a corto y largo plazo para quienes nos llamamos cristianos, nos indica criterios y opciones que no son anecdóticos ni esporádicos. La defensa de la dignidad de los lugares donde vivimos, de los trabajos que llevamos a cabo, de la escolarización que todos los niños necesitan, del salario que recibimos, de la cultura que consumimos, de las relaciones que establecemos, del descanso que todos necesitamos… todo esto tiene que ver con la dignidad, que no es un concepto tan abstracto como para que no podamos decir nada de él, ni tampoco una realidad tan habitual que podamos dar por supuesta o asegurada para todos.

A veces parece que a toro pasado las cosas sean más fáciles de decir. No lo sé del todo. Lo que sí sé es que nunca estamos preparados del todo para afrontar la realidad, ni tampoco completamente listos para asumirla. Lo digo con todo el respeto por los empresarios y por los temporeros que deben afrontar unas situaciones nada cómodas, en el campo y fuera de él. Lo que no podemos hacer, sin embargo, es quedarnos de brazos cruzados, porque lo que sí sé es que de cada momento de la vida podemos sacar una lección positiva para seguir creciendo. Absolutamente de cada instante, por muy inverosímil o por muy dramático que pueda ser.

Los campos de melocotoneros de Alcarràs fueron conocidos por una película muy exitosa, pero ahora podemos decir, una vez más, que la realidad sigue superando nuestros relatos, muchos de ellos nada ficticios. Esto tiene estrecha relación con el pensamiento bergogliano que había afirmado: «la realidad es superior a la idea». Pues bien, aquí tenemos la prueba. La realidad, ciertamente, nos exige a todos, empresarios y temporeros, que no demos pie nunca más a la deshumanización.

Coloquialmente decimos que «la vida es dura». Lo admitimos. Pero no seamos nosotros quienes la hagamos más compleja, más espesa, más difícil de digerir. El cierre de una empresa o la muerte de un temporero nos alerta a todos en muchos sentidos. Todos somos personas y, por lo tanto, mucho más que un tuit o un interés en juego cada cuatro años. La muerte hoy vuelve a llamar a nuestra puerta y nos invita a darnos cuenta de la importancia de abrirnos camino en la vida desde la dignidad, desde la humanización de nuestras relaciones. Todos somos llamados a una verdadera responsabilidad personal y colectiva. El mundo de la agricultura, tan nuestro y tan leridano, es un mundo muy marcado por la dureza de sus condiciones. Campesinos y temporeros lo saben muy bien. Aunque la realidad hoy nos haya vuelto a hacer añicos, no seamos de los que nos dejamos vencer por la falta de fe en un mundo nuevo. Soñemos y luchemos para que nadie sea reducido a una cosa, una estadística, un algoritmo o un hecho circunstancial. Hoy no solo los hijos, familiares y amigos lloran la muerte de un trabajador, hoy los melocotoneros también lloran, y esto nos debería hacer pensar a todos.

 

+Daniel Palau Valero, Obispo de Lleida