[16-09-25] Sant’Andrea –Sant Andreu– al Quirinale (II)

 

EL TRIUNFO DE SAN ANDRÉS

Queridos peregrinos, la semana pasada ya comprobamos que San Andrés, hermano de San Pedro, no solo resucita y aparece victorioso en lo alto del frontón semicircular del altar mayor —ahora “roto” y “atravesado”, “perforado” por la fuerza de la santidad y de la gracia de Dios—, sino que tanto su poderosa mirada como su brazo y su mano derecha se extienden y se dirigen hacia el potente foco de la luz divina que emana del hueco de la linterna de la cúpula (una linterna es aquello que cohesiona y centraliza el vértice, el final y la estructura arquitectónica de todas las cúpulas del mundo). Y aquí, en esta original linterna elipsoide (y no redonda), vemos una sutil paloma blanca que simboliza al Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad, es decir, la tercera manera expresiva del Dios de los cristianos, rodeado de querubines (angelitos que solo muestran sus gordezuelas cabecitas) de mármol blanco, exquisitamente esculpidos por Antonio Raggi en un inmaculado mármol blanco. Todos celebran el triunfo glorioso y definitivo de San Andrés después de ser crucificado en Grecia (siglo I) en una cruz en forma de aspa.

 

EL TRIUNFO DE LA ARQUITECTURA

Esto que acabamos de explicar es, al fin y al cabo, la gran y ulterior conquista de la buena arquitectura. Es decir, la capacidad de dotarla de contenido y de significado. Una arquitectura que en Sant’Andrea al Quirinale es capaz de mostrarnos —y de hacer bien atractivo y tentador— el bellísimo rostro de la santidad. Una santidad, la del sencillo San Andrés, el pescador del mar de Galilea, que hemos de ser capaces de vislumbrar cada vez que contemplemos la luz divina que mana a través de esta poderosa linterna.

 

EL TRIUNFO DE BERNINI

Sí, Bernini ha sabido crear la luz infinita, sanadora y santificadora de un Dios que es Padre. Porque es aquí, en esta espectacular explosión de luz radiante y desbordante que emana de la linterna de esta cúpula elíptica, donde, a un nivel simbólico —y también plástico, estético y artístico—, reside la bondad y el amor de un Dios omnipotente que santifica —y premia, con la vida eterna— la ejemplar vida de quienes han hecho el bien aquí en la tierra, como es el caso de San Andrés. Y es también aquí, en este espacio —y estadio— de indeclinable y perdurable luz beatífica, hacia donde pueden dirigirse no solo San Andrés, sino todas las almas que aman a Dios, especialmente las de los novicios jesuitas que han sido “agradables” a los ojos de Dios. Así lo pensaban en el siglo XVII, y así lo siguen pensando los novicios que en el siglo XXI siguen con convicción los fecundos y atractivos pasos de San Andrés. La grandeza, por tanto, de una buena arquitectura y de un buen arquitecto, radica aquí, en la capacidad de hacer comprensible aquello que no se percibe a primera vista, pero que, cuando piensas y miras las cosas de forma reflexiva y con las lentes de la oculata fides (la fe que ve), descubres con claridad: la “totalidad” o el significado “total” de una arquitectura verdaderamente lúcida. Esto, sin embargo, solo lo saben hacer los buenos arquitectos. Es decir, solo un buen arquitecto es capaz de adaptar un espacio exclusivamente terrenal o inmanente, hasta convertirlo en un espacio celestial, trascendente o divino.

 

EL PRECIOSO E INIGUALABLE SIGNIFICADO DE UNA CÚPULA

Por eso —y continuamos con la descripción e interpretación pausada de esta gran obra— una cúpula, más bien dicho, toda cúpula, es un trozo de cielo en la tierra. En este caso un cielo poblado por un ejército de exquisitos serafines y querubines (que son los primeros y los segundos ángeles en importancia de toda la jerarquía celeste), sabiamente tallados en mármol por el citado Raggi y sus discípulos, y que sostienen y exhiben, por todo el edificio, especialmente en el interior de su cáscara o cúpula central, atributos y símbolos (redes, anzuelos, conchas marinas o cañas de pescar) de San Andrés, el victorioso pescador de Cafarnaúm.

 

EL INIGUALABLE VALOR DE LA SANTIDAD

Ya lo dijo el francés Léon Bloy (1846-1917): “la única tristeza que hay en esta vida es la de no ser santos”. Sí, esta es la más alta aspiración del ser humano, la más fecunda: ser santo o santa; intentarlo al menos. Porque el santo es la criatura más libre, la más alegre, la más plena y feliz de la creación. Es decir, Bernini, en su sabia y calculada arquitectura, nos muestra la auténtica humanidad y la auténtica santidad de San Andrés. Nos la traduce y nos la hace entender de forma llana, atractiva. Este, San Andrés, en su vida humana (durante su peregrinaje vital), sufrió y a veces “pescó” sin éxito, eso es cierto, pero, al fin y al cabo, la portentosa luz que emana de la cúpula de Sant’Andrea al Quirinale nos da la certeza de que, a lo largo de su vida, siempre fiel y obediente, San Andrés supo “pescar” lo que es lo más fundamental de la existencia humana: la virtud, la santidad. Y por eso, según Bernini, y según también los padres jesuitas que idearon el contenido de este templo, San Andrés ahora vive para siempre en la inmarcesible república de los bienaventurados del cielo.

 

UN TRIUNFO QUE NO SE MARCHITA

Bendita arquitectura, pues, aquella que es capaz de mostrarnos la belleza del cielo, la rutilante belleza del más allá; que nos muestra cómo es la Isla de los Bienaventurados de Platón; que nos conduce hacia la Jerusalén celeste. Que nos lleva a la felicidad plena; la que nunca se marchita. Esto que acabamos de comentar, nos lo explica y nos lo confirma la original cúpula dorada de Sant’Andrea al Quirinale. Es decir, una cúpula que, además de ser hermosa, es un pequeño microcosmos, una muestra, una prefiguración, un adelanto visual —y sensorial— del Paraíso, al que estaba llamado San Andrés, y al que, sin ningún tipo de exclusión, están y estamos llamados todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, razas y culturas, que de verdad nos esforzamos por ser buenas personas, buenos cristianos. Criaturas que aman la justicia, la veracidad y la honestidad.

Queridos peregrinos, os ruego que releamos todos, vosotros y un servidor, poco a poco, lo que acabamos de decir. Releámoslo con calma, alcemos la mirada al cielo y demos gracias a Dios. Y estad bien tranquilos, amigos y amigas, que la semana que viene todavía os contaré alguna cosita más de Sant’Andrea al Quirinale.

 

Ximo Company. Delegación de Patrimonio Artístico