Hijo de Aitona, donde nació el 29 de diciembre de 1811, en el seno de una numerosa familia. Fue bautizado el mismo día. Vive convencido de que Dios ha escrito con su propio dedo, en las tablas de su corazón, el mandamiento del amor. Estudió en el seminario de Lleida durante los cursos 1828-1832. Pocos años permanece en el carmelo de Teresa porque la situación socio-política se lo impide. Los que pasó allí están llenos de iniciativas, de fraternidad compartida. Después se encuentra despojado de todo lo que él más ama. El claustro ensanchó mi corazón y encendió a llama de mi amor -nos confía-. Pero no encuentra el centro de su vida.
En lugar de permanecer hundido por la dificultad, emprende el camino de la historia con el corazón abierto para servir, amar y esperar. En Barbastro recibió el Presbiterado. Ayuda en las tareas parroquiales de su pueblo y se retira a la llamada Cueva del P. Palau, en Aitona. Forma parte del grupo de misioneros que en aquella época, -en Cataluña-, tratan de reafirmar la fe de los creyentes. Como la situación social es insostenible marcha hacia el exilio francés. Tiene 29 años. En Francia permanece once, -los más importantes de su vida- Allí vive en profunda comunión con la Iglesia de su tiempo. Dedica considerables espacios a la contemplación, mientras orienta y acoge toda clase de personas que atraídos por su firme y coherente personalidad, quieren vivir el evangelio a su estilo.
Escribe en relación con esta etapa: Perdida la esperanza de morir en la lucha de mi pueblo, muy joven aún, al no poder soportar la llama del amor que me quemaba, decidí vivir solitario. Te llamé y no me respondiste; te busqué en el seno de las montañas, en medio de los bosques, sobre las cimas de las peñas solitarias.... y no te encontré. En las hermosas mañanas de la primavera, en las tardes serenas del estío, en las noches frías y heladas del invierno, dentro de las cuevas, sobre las cumbres de los montes, te busqué y no te encontré. ¿Dónde estabas?
Dejó Francia y se incardinó en el Obispado de Barcelona, donde se dedicó a atender espiritualmente a los seminaristas de la diócesis, a formar en la fe a personas adultas comprometidas en el mundo laboral -en aquel momento en el inicio de la industrialización-. Acompañó también a los recién llegados en barrios marginales. Mientras tanto, un grupo de mujeres vivían el evangelio -en nuestra diócesis-, orientadas por él.
La formación de adultos -llamada Escuela de la Virtud-, llegó a ser modelo de enseñanza catequética en la Iglesia de Barcelona. En poco tiempo la escuela crece, se diversifica. Llega a ser cátedra de enseñanza superior. El impacto de la escuela se hizo sentir muy pronto en los medios culturales, cristianos, políticos y sociales. El P. Palau movilizó en torno a esta obra las fuerzas eclesiales de la ciudad, incluso la prensa. Tanto en Barcelona como en Madrid sabían, con antelación, el tema que se trataría y el trabajo que se realizaría. El éxito hace que su director piense en extender esta especie de catequesis a otras ciudades del Estado.
Los sectores anticlericales y revolucionarios de Barcelona, se dan cuenta de que el P. Palau les está ganando terreno entre la clase proletaria. Movilizan la prensa sectaria y multiplican sátiras y calumnias contra la escuela. La culpan de las huelgas laborales. La autoridad militar la cierra y destierra al P. Palau. Es el año 1854. La misma suerte que él, corre el Obispo de la ciudad. Por otro lado los grupos femeninos de Lleida quedan suprimidos. Tú me salvaste la vida porque me tenías preparado otro martirio, mil veces más cruel -rumió el P. Palau al dirigirse a la Iglesia-. .
Llega a Ibiza, prisión del Estado, calumniado, perseguido y vigilado. Afronta la difícil situación, calla, reza y deja que pase el tiempo. Rehace su estilo vocacional: de la soledad al servicio apostólico y de éste al silencio contemplativo. Son coordenadas vocacionales. Los seis años de destierro, poco a poco se convierten en un regalo de Dios. El P. Palau crea el santuario mariano de la isla, preside misiones que mejoran las costumbres de la población, lleva una vida sobria, de plegaria y de fraternidad y desde estos presupuestos acompaña a la gente sencilla que solicita su ayuda para el camino de la existencia. Hombre honesto y valiente pide su libertad porque no hay motivos para vivir como un malhechor. Incluso escribe a la reina con este objetivo.
Más tarde descubre el misterio de la Iglesia y se entrega totalmente a su servicio. Y como consecuencia de este descubrimiento da vida a su familia religiosa: hijas e hijos. Ellas/ellos llevarán su antorcha vocacional a través del tiempo y de las culturas. Ahora, son las carmelitas misioneras y las carmelitas misioneras teresianas. La Iglesia centrará su amor; ella asentará y armonizará su vida entera y será punto de convergencia que dará unidad a su itinerario espiritual y a su actividad apostólica.
Querida Iglesia -anota el P. Palau- estabas tan cerca de mí y yo no lo sabía! Estabas dentro de mi mismo y yo te buscaba tan lejos. Porqué no te hiciste visible? Pasados cuarenta años en tu búsqueda, te encontré. Te encontré porque tú me saliste al encuentro, y te encontré porque tú te diste a conocer.
Es un buen predicador y un valorado confesor. Recorre numerosas ciudades: Palma de Mallorca, Madrid, Barcelona, Ciudadela, el Alto Aragón. Hasta en la corte piden su presencia. Preside novenas, misiones y otras jornadas de reflexión y plegaria.
La última etapa de u existencia se dedica a atender a la gente marginada. En Barcelona, acoge, en su casa, personas enfermas en el cuerpo y en el espíritu. Son trabajadores de la industria textil que no pueden soportar el exceso de trabajo ni la escasez de alimentación, higiene y afecto. El P. Palau les acoge, les escucha y reza por ellos. Con sus colaboradores y con sus enfermos se ve metido en la cárcel, y allí permanece días que se hacen años. Así demuestra su profundo amor a la Iglesia: Y ahora que te he encontrado, te amo -añade-. Tú lo sabes. Mi vida es lo menos que puedo ofrecerte en correspondencia a tu amor. La pasión del amor que me devora, encontrará en ti su pábilo porque eres tan bella como Dios ... Mi corazón ha sido creado para amarte. Aquí lo tienes. Es tuyo. Ya no es cosa mía sino propiedad tuya. Porque te amo, dispón de mi vida... y de todo lo que soy y tengo.
Es el fundador de los hermanos de la Enseñanza y de las hermanas terciarias de la Virgen del Carmen. Hoy son dos congregaciones: Carmelitas Misioneras Teresianas y Carmelitas Misioneras.
Su último servicio es la atención a los apestados de Calasanz. Les atienden sus hijas, pero han resultado afectadas por la enfermedad.
El P. Palau muere en Tarragona el 20 de marzo de 1872. Sus restos mortales están en la capilla de la casa madre de las Carmelitas Misioneras Teresianas en Tarragona. Sus últimas palabras son un lamento: Dios mío!. Habéis cambiado mi suerte. Había anhelado vivamente el martirio y muere en la cama, rodeado de los que le aman. Es ahora en este paso, que ha vivido la realidad, tantas veces presentida: Que delicioso es el descanso en los brazos de una madre virgen tan limpia como es la Iglesia triunfante.
El Papa Juan Pablo II, le declaró beato el 23 de abril de 1988. El día de su fiesta litúrgica es el 7 de noviembre.