
[03-06-25] IGLESIA DE SAN IGNACIO DE LOYOLA (I)
UNA CONSTRUCCIÓN MAJESTUOSA
Este imponente templo dedicado a San Ignacio de Loyola (1491-1556) es un edificio inmenso. Propio de Roma. Mejor dicho, a escala romana. Al fin y al cabo, Roma también es eso: la ciudad de las iglesias más grandes y bellas del mundo; casi todas están concebidas con unas proporciones increíbles y a escala gigantesca. Una gran iglesia, además, perfectamente compenetrada con su singular y muy calculada Piazza di Sant’Ignazio, obra urbana de Filippo Raguzzini en 1727. Raguzzini tiene un punto de minuciosa creatividad rococó, pero nunca perdió de vista las curvas y la estética apoteósica de Borromini.
LA CAVE DI SAN IGNAZIO
Queridos peregrinos, esta vez no puedo evitar deciros que en esta plaza, en el número 169, encontraréis la conocida “Cave di S. Ignazio” donde podréis tomar unos magníficos “spaghetti alla carbonara” con huevos, panceta y queso romano; o bien su sabroso cordero (“abbacchio”) al horno. Y con buen vino de la casa. De verdad, si podéis y estáis en Roma en verano, cenad al aire libre en este espléndido marco. No lo olvidaréis nunca. Las noches romanas son únicas, diferentes; increíblemente reconfortantes y plácidas.
UN GRAN TEMPLO, A LA ALTURA DE UN GRAN VASCO UNIVERSAL
La gran Iglesia de San Ignacio está dedicada al que sin duda fue y sigue siendo el vasco (nacido en el País Vasco, España) más universal de toda la historia, fundador en 1537 de la famosa y culta Compañía de Jesús u orden de los jesuitas, cuyo principal lema no fue combatir en este mundo con armas bélicas (como hizo en su juventud San Ignacio), sino luchar, trabajar y hacerlo todo, con esfuerzo y entrega personal, “ad maiorem Dei gloriam” (a mayor gloria de Dios).
UNA OBRA MAESTRA DE ORAZIO GRASSI
La Iglesia de San Ignacio es un espacio diáfano de una sola y muy amplia nave, como sucede en la Iglesia del Gesù romana, terminada por Giacomo della Porta a inicios del siglo XVII. Se encuentra, como hemos dicho, en la Plaza de San Ignacio, y aunque no todos la conocen, no hay duda de que vale la pena ser visitada. Tanto su rotunda fachada barroca (atribuida al arquitecto y escultor boloñés Alessandro Algardi, con dos espectaculares órdenes de columnas y pilastras corintias), como su grandioso interior, son imponentes. Fue construida entre 1626 y 1650 por el sabio jesuita arquitecto, matemático y astrónomo Orazio Grassi, quien se inspiró en diseños y lecciones compositivas de Carlo Maderno, autor ya citado de la famosa fachada de la Basílica de San Pedro. Grassi, además, era profesor en el Colegio Romano de los jesuitas, del que hablaremos pronto. Curiosamente, esta iglesia se inauguró en otro Jubileo, el de 1650.
UNA OBRA FINANCIADA POR LA ACAUDALADA FAMILIA LUDOVISI
La iglesia se pudo construir gracias a una sustancial y generosa ayuda económica prestada por el cardenal Ludovico Ludovisi, buen mecenas de las artes y simpatizante de los jesuitas, además de acaudalado sobrino del papa Gregorio XV, de la familia Ludovisi, papa entre 1621 y 1623. Además, este, el papa Gregorio XV, también había estudiado y se había formado en el Colegio Romano de los jesuitas; les estaba agradecido. Una gran obra, en definitiva, que se levantó para conmemorar la solemne canonización de San Ignacio en 1622; este había muerto en Roma en 1556, con 64 años, en reconocida fama de santidad.
UN CLARO SIGNO DE LA FUERZA INCONTENIBLE DE LOS JESUITAS DEL SIGLO XVII
Esta solemne iglesia es también una muestra inequívoca del enorme poder espiritual, económico, social y cultural que la orden de la Compañía de Jesús alcanzó en la Roma del siglo XVII. De hecho, su máximo responsable llegó a ser conocido, por su enorme influencia en la curia romana, como el “Papa negro” (en alusión al sobrio hábito negro que visten los jesuitas).
EL AMPLIO COLEGIO ROMANO DE LOS JESUITAS
Algo del poder jesuítico mencionado lo demuestra el gran Colegio Romano situado en una plaza con el mismo nombre a muy poca distancia de la iglesia de Sant Ignasi. Tenían entonces más de 2.000 estudiantes de diferentes países. Tantos, que no cabían en la antigua iglesia. Un gran colegio, de tres pisos en su parte central, fundado además por el mismo San Ignacio de Loyola, en 1551, en tiempos del sabio papa boloñés, Gregorio XIII, Buoncompagni, y construido en 1582 por aquel gran arquitecto y escultor toscano que fue Bartolomeo Ammannati, un buen artista manierista precisamente afín a la espiritualidad ignaciana.
EL CALVARIO DE LOS JESUITAS
Todos, en esta vida, tenemos momentos álgidos y momentos más bajos. Todos somos peregrinos en dirección a la plenitud de Dios, pero mientras avanzamos en el camino, a veces nos toca sufrir algún bache. Eso es lo que les sucedió a los jesuitas en el siglo XVIII. Desavenencias entre numerosas monarquías europeas y el sistema de enseñanza de los padres jesuitas generaron el calvario de la supresión de la Compañía de Jesús, ordenada por Clemente XIV, Ganganelli, en 1773; entonces el Colegio, la Iglesia de Sant Ignasi y 24.000 miembros de la orden en todo el mundo fueron expulsados o pasaron a formar parte de sus respectivos cleros diocesanos. Más adelante, en 1824, el papa León XII, Genga, devolvió el Colegio y la Iglesia de Sant Ignasi a los jesuitas. Además, en 1873 Pío IX, Ferretti, concedió al Colegio el título de “Pontificia Universidad del Colegio Romano”. Y pocos años después, dado el progresivo crecimiento de la institución, en 1919 el papa Benedicto XV, della Chiesa, adquirió nuevos terrenos para una nueva sede en la Piazza della Pilotta, ubicación actual de la Universidad Pontificia Gregoriana. Actualmente, el edificio antiguo del Colegio Romano está ocupado por el Ministerio de Bienes y Actividades Culturales de Italia. Ya veis, amigos y amigas peregrinos, que todavía tendremos que continuar con la Iglesia de San Ignacoi y los jesuitas la semana próxima.
Ximo Company. Delegación de Patrimonio Artístico
Foto: Orazio Grassi, Iglesia de Sant Ignasi, fachada, 1626-1650, Roma.