[10-06-25] Iglesia de San Ignacio de Loyola (II)

 

UN COLEGIO CONVERTIDO EN UNA PRESTIGIOSA UNIVERSIDAD

Como decíamos la semana pasada, el Colegio Romano de los jesuitas cambió de ubicación y de nombre. Desde 1924, las labores docentes de este colegio se desarrollan en la reputada Pontificia Universidad Gregoriana, fundada en 1873 por Pío IX, Mastai-Ferrati, en honor al citado papa Gregorio XIII, Buoncompagni (papa entre 1502 y 1585), sabio y gran teólogo, antiguo protector de los jesuitas. Esta universidad está situada en la tranquila Piazza della Pilotta, conocida así porque antiguamente en esta plaza los Borja, valencianos, jugaban a pelota de cuero, a mano, al raspall (a ras de suelo), tal y como se sigue haciendo en muchos pueblos de València. Está ubicada justo a los pies del Quirinale, que es una emblemática colina romana que albergó el homónimo palacio veraniego de los papas hasta 1870, y que actualmente es el Palacio del Quirinale, residencia oficial del Presidente de la República Italiana. Por supuesto, la universidad actual, la mencionada Pontificia Universidad Gregoriana, continúa siendo regida con riguroso acierto racional, científico y teológico por sabios y egregios profesores jesuitas. El prestigioso padre Miquel Batllori, por ejemplo, y su discípulo, el padre Josep Maria Benítez, ambos jesuitas, han sido profesores de la Universidad Gregoriana de Roma, que sigue siendo un centro de fama y referencia mundial en estudios eclesiásticos, al que acuden estudiantes, doctorandos, seminaristas, sacerdotes, religiosos y religiosas, teólogos y eruditos de todos los continentes.

 

UNA IGLESIA DE SAN IGNACIO CON UNAS PINTURAS APOTEÓSICAS

Pero volvamos a la Iglesia de San Ignacio. Su amplio interior es de cruz latina, con una sola nave, y destacan en él las prodigiosas pinturas del techo (dedicadas a la “Gloria de la Compañía de Jesús”, a San Ignacio y a otros jesuitas venerables como San Luis Gonzaga, San Francisco de Borja, San Estanislao de Kostka y San Francisco Javier). Estas pinturas fueron realizadas por el gran pintor y teórico italiano que fue el hermano jesuita Andrea Pozzo, entre 1691 y 1694.

 

UNAS PINTURAS LLAMADAS DE 'CUADRATURA'

Se trata de unas espectaculares pinturas al fresco situadas en el techo de la grandiosa nave central. Son pinturas logradas mediante una inteligente perspectiva fingida, de cuadratura, como dicen los expertos en historia del arte, que visualmente alarga y estira la arquitectura hasta el infinito (hasta tocar lo celestial y trascendente). En realidad, es un lúcido recurso de la pintura barroca italiana, un verdadero trompe-l’oeil o “engaño al ojo” que, mediante un sorprendente efecto óptico, ensancha y engrandece este formidable templo. Destaca el imponente núcleo central donde se representa “La exaltación y apoteosis de San Ignacio en el Paraíso” con unos colores punzantes, barrocos, tomados de la estética veneciana. Una coloración exuberante, acompañada por unas alegorías figuradas situadas en los extremos, que representan los cuatro continentes del mundo donde, de forma heroica, llegó la predicación jesuítica. El espectador debe situarse sobre un disco marmóreo y de cobre amarillo colocado en el centro del pavimento de la nave central para disfrutar de la percepción más completa posible de esta extraordinaria composición pictórica. Y si allí os permiten tumbaros en el suelo y abrís los ojos, veréis un fascinante cielo abierto y a los ángeles y muchas otras figuras deslumbrantes que se mueven y flotan atravesando las nubes de la divinidad.

 

UNA CÚPULA ARTIFICIAL, FINGIDA

El mismo Andrea Pozzo resolvió el problema de la cúpula (bóveda o casquete semiesférico que cubre el centro emblemático de numerosos edificios religiosos), arquitectónicamente inexistente en este gran edificio por falta de recursos económicos en el momento preciso de su costosa construcción. La solución a la que llegó el inteligente hermano Pozzo fue fingirla, es decir, pintarla en 1685 sobre una tela completamente plana, con aquellas singulares y virtuosas figuras del Antiguo Testamento que tienen la particular distinción de haber sabido vencer a los enemigos de Dios: Jael, Sansón, David y Judit. El truco visual conseguido fue extraordinario. La percepción fue increíblemente sugerente, aunque, en realidad, desprovista de la luz natural que debería irrumpir desde la preceptiva linterna superior (o desde el tambor) que tienen todas las cúpulas reales. El espectador descubre pronto que se trata de un simulacro, de una ficción, de un trompe-l’oeil o “trampantojo”, como se dice en castellano, en toda regla. Un “engaño al ojo”, como se ha dicho. La lección es clara, y lo es siempre, para todo y para todos: se puede fingir la luz, pero no crearla; esta viene de lo alto, del cielo beatífico.

 

Ximo Company. Delegación de Patrimonio Artístico

 

Foto: Andrea Pozzo, pinturas en el techo de la nave central de la Iglesia de San Ignacio, fragmento, 1691-1694, Roma.