[23-09-25] Sant’Andrea –Sant Andrés– al Quirinale (III)

 

UNA CAPILLA PARA EL JOVEN ESTANISLAO KOSTKA

Queridos peregrinos, habíamos hablado hasta ahora del poderoso reclamo de San Andrés, patrón y punto neurálgico de la iglesia de Sant’Andrea al Quirinale, obra de Bernini en 1658. Sin embargo, conviene recordar que en esta iglesia también reposan los restos de otro héroe excepcional y digno de imitación. Esta vez se trata de un jesuita, un novicio ejemplar, el joven y muy virtuoso polaco, San Estanislao Kostka (1550-1568), quien, tras recibir una cálida bendición de parte de San Francisco de Borja (entonces General de la Compañía de Jesús), murió en Roma el 15 de agosto de 1567, con solo diecisiete años. Sufrió una inesperada y dolorosa muerte por malaria, aunque Estanislao, cosas de santos, ya había anunciado a su confesor, el jesuita neerlandés, San Pedro Canisio (Pieter Kanijs), que el 15 de agosto de 1568 él estaría en el cielo con la Virgen Asunta. Su venerada capilla funeraria y su atractiva —y expresiva— imagen yacente, realizada en vistosos mármoles de colores variados, son obra del francés Pierre Legros (1666-1719), esculpida entre 1702 y 1703, dos décadas antes de la canonización de Estanislao en 1726, con un inconfundible sello de buena calidad estética y expresiva barroca. Todo ello nos muestra, una vez más, que los espacios arquitectónicos están siempre vivos, capaces de acoger nuevas obras, como sucede con esta escultura de Legros, realizada veinticinco años después de la muerte de Gian Lorenzo Bernini.

 

 

UNA IGLESIA DONDE PODER REZAR

Aunque sabemos que Bernini fue enterrado el 28 de noviembre de 1680 en la Basílica de Santa Maria Maggiore, él pasaba muchas horas rezando aquí, en Sant’Andrea al Quirinale. Se sentía muy a gusto. Aquí, a solas y en silencio, desplegaba su corazón y su alma. Y eso, querido peregrino, dice mucho del sabio entramado espacial y plástico logrado en esta iglesia. Al fin y al cabo, las iglesias también se hacen, de manera preferente, para rezar, para sosegar y tranquilizar los ánimos, para hablar sin obstáculos, con mucha paz, cara a cara, con un Dios que es un Padre bueno, comprensivo y misericordioso. Eso contribuye a hacer más bello, atractivo y significativo este templo, este unicum de la arquitectura y de la historia del arte universal. Mirad, amigos, si algún día podéis visitarla (sea o no en un Año Santo), observaréis, recordaréis y valoraréis con gratitud todos y cada uno de los detalles que la constituyen: el sabio y calculado juego de luces áureas de la cúpula, los altares en mármol blanco, los estucos teñidos, la escultura, la pintura, el mobiliario policromado... Y, además, notaréis la reconfortante presencia de San Andrés, de San Francisco Javier, de San Estanislao Kostka, de San Francisco de Borja, duque de Gandía, de San Pedro Canisio o del gran San Ignacio de Loyola. Sí, sí, todos ellos, santos, están en Sant’Andrea y nos esperan.

 

 

LA SINGULAR FACHADA DE SANT’ANDREA AL QUIRINALE

Sin embargo, además del excepcional interior de Sant’Andrea, su fachada exterior también es muy original. Da a la Via del Quirinale, anteriormente llamada Via Pia. El edificio se retrasa respecto a la línea de la calle dejando a ambos lados de la iglesia un espacio cerrado por unos muros curvos de laterizio romano (ladrillo fino rojizo). En los extremos de estos muros hay dos entradas. Una de ellas, la de la izquierda, da acceso a los jardines del noviciado. La fachada está coronada por un gran frontón triangular con sutiles retranqueos (entrantes y salientes) de signo barroco, apoyado sobre el entablamento y dos grandes pilastras corintias en los extremos; todo ello construido con un elegante mármol de travertino romano. La entrada principal se sitúa bajo un pórtico semicircular, convexo, y está enmarcada por dos columnas jónicas. Debido a la posición algo elevada de la iglesia, el visitante debe subir unos cuantos escalones de una elegante escalinata, también en disposición convexa, para entrar al templo. En el centro superior de la fachada se encuentra el escudo heráldico de la familia Pamphili, ya que, como hemos dicho, el cardenal Camillo Pamphili aportó importantes recursos económicos para la construcción de esta iglesia. En este escudo se pueden ver las llaves pontificias (las de San Pedro, primer papa de la historia), características del Vaticano, una paloma (representación del Espíritu Santo), flores de lis acompañadas de guirnaldas, una concha y una corona. Detrás de este conjunto se ve un arco bajo el cual hay una ventana que deja pasar la luz al interior de la iglesia. Un detalle peculiar del exterior son las grandes volutas que recuerdan al gran arquitecto genovés Leon Battista Alberti, que unen la cúpula con la base del edificio y están rematadas por tejas planas, cocidas, sumamente originales. En conjunto, esta portada constituye un original pórtico o pronaos columnario que dialoga a la perfección con el espíritu barroco, cóncavo-convexo, de esta iglesia.

 

 

UNA FACHADA CON SIGNOS MARTIRIALES

Pocos visitantes se dan cuenta, y pocos expertos lo adivinan, pero en la fachada de esta iglesia el escudo mencionado y las separadas aletas avolutadas del frontón de la portada están unidos con unos extraños —por infrecuentes— elegantes y curvos festones de ricas guirnaldas compuestas exclusivamente de rosas. ¿Qué significado tienen aquí las rosas? Normalmente la gente no lo sabe. Pero a los peregrinos de Lleida no se nos puede escapar. Sin duda aluden al martirio cruento —y al mismo tiempo muy fecundo— de San Andrés. Todo está pensado. Todo, interior y exterior del templo, lo calculó con gran finura el gran Bernini.

 

 

“AD MAIOREM DEI GLORIAM”

Finalmente, esta iglesia también pone de relieve la decisiva presencia de un nutrido grupo de mecenas y promotores que no actúan únicamente para satisfacer la fama y vanidad personal, sino que hacen las cosas a gloria de Dios, ad maiorem Dei gloriam, como proponía el magisterio y el ideario evangélico de San Ignacio de Loyola. En aquella época, sin un mecenas que “pague” ad maiorem Dei gloriam, no tendríamos obras de arte.

 

 

APRENDER A VER BIEN, POCO A POCO, SIN NINGUNA PRISA, PARA COMPRENDER Y SABOREAR MEJOR LO QUE VEMOS

Queridos peregrinos, es importantísimo tratar de comprender un poco la grandeza intrínseca de Sant’Andrea al Quirinale (o de la ya mencionada San Carlino alle Quatro Fontane), intentar asimilarla sin prisas. Esto nos conviene mucho a los que pertenecemos a la tan superficial, demasiado pragmática, epidérmica y excitada generación posmoderna del siglo XXI. Porque comprender es saber. Y saber, de verdad, sin vanidades, equivale a disfrutar un poco más y mejor de lo que sabemos y vemos; nos ayuda a ser muy agradecidos por tanta belleza que nos rodea. Y, además, saber, bien, sin prisas indebidas, nos hace más personas, más humildes, más libres, más auténticos, infinitamente más hombres y mujeres, más felices. Nos ayuda a ser mejores hijos de Dios.

 

 

Ximo Company. Delegación de Patrimonio Artístico

 

Foto: Gian Lorenzo Bernini: Sant’Andrea al Quirinale, 1658 y 1670, Roma, visión de la fachada.